lunes, 10 de febrero de 2014

Mi amante telefónica

La entrada anterior deja bastante que desear. Es un texto bastante explícito, pero no tiene el morbo que podría tener cualquier otro de los relatos de este blog. Fue escrito hace más años que los que tenía cuando lo escribí, y por eso le tengo un especial cariño, pero no es bueno. 

Así que para compensar voy a contarte algo que sí me pasó a mí. No es una fantasía narrada con detallado realismo como los otros relatos. Esto es lo que me pasó hace algún tiempo, a mí, y te lo cuento tal como ocurrió. Quizá no te resulte lo suficientemente excitante, pero me provoca tanto morbo cada vez que lo recuerdo que quisiera que, al menos, lo leas.

Hace años, mucho antes del Whatsapp, de webcams y de smartphones, conocí a una mujer a través del chat de IRC. En tres o cuatro frases supimos que conectábamos, sobre todo al hablar de sexo, y nos pasamos largas horas en conversaciones privadas describiéndonos gustos, costumbres, maneras de hacer las cosas, hasta que la conversación se volvió tan caliente que lo convertimos en cibersexo. No se me dan mal las palabras y la imaginación se me dispara con facilidad, y descubrí que a ella le pasaba lo mismo, así que las caricias que deslizábamos sobre las letras del teclado eran aplicadas casi directamente sobre la piel del que estaba al otro lado. Una verdadera locura. 

Nos dábamos instrucciones de cómo debíamos acariciarnos, marcando formas, intensidades, ritmos; nos explicábamos fantasías que el otro completaba con sus propias invenciones para ponernos en situación; nos esperábamos, incluso, a que el otro llegara al orgasmo para compartir las situaciones. (Tengo algunas de las transcripciones de aquellas conversaciones. Si deseas leerlas, déjame un comentario y las pondré en nuevas entradas de este blog. Pero no es de esas conversaciones de lo que quería hablarte.)

Durante una semana de agosto nos aplicamos concienzudamente al cibersexo más excitante de mi vida, de forma que durante el día solo podíamos pensar en las caricias que nos íbamos a inventar para la otra persona, o en imaginar qué cosas nos iba a decir. Cualquiera de las cosas que hacíamos a lo largo del día eran formas de desviar la mente de las cosas descritas la noche anterior, y de las que nos quedaba por contar. Era un calentón continuo. Era magnífico. Una noche, cuando ya eran las seis de la mañana y llevábamos desde medianoche con el cibersexo, totalmente exhaustos y satisfechos, ella me dijo:

- Desconéctate ya, que es muy tarde. Yo aún tengo que hacer una cosilla antes de dormir.

Yo pensé que se refería a que iba a masturbarse, e insistí en que me lo contara. De hecho, comencé a escribirle cosas provocativas para iniciar una nueva escena de alguna fantasía, pero ella me cortó.

- ¡No, no! ¡No es eso! ¡Estoy servida! ¡Muy bien servida! ¡Me lo he pasado genial contigo! ¡Solo quiero que te desconectes ya!

Le hice caso, a regañadientes, después de conseguirle la promesa de que me escribiría un relato detallado por mail de lo que fuese que fuera a hacer. Apagué el PC, me acerqué a la cama pero en cuanto entré en mi dormitorio sonó el teléfono. El fijo de mi casa. Era como las películas de miedo, pero tan temprano solo podía ser ella; por eso quería que me desconectara (recuerda que entonces no había ADSL ni nada parecido, era vía módem). Me tumbé en la cama y contesté. Al otro lado estaba la risa más sexy que he tenido el placer de escuchar por teléfono; se partía por la travesura que estaba haciendo, porque al fin y al cabo así era ella, una chica traviesa y sexy. Comenzamos a charlar mientras salía el sol, tras seis horas de sexo escrito no había ninguna prisa ni ninguna intención en lo que decíamos, pero la conversación era cálida y amena y había tanta complicidad entre ella y yo que de pronto dije:

- ¿Cómo? ¿Que todavía estás desnuda?
- Claro. Bueno, me he puesto las braguitas. Pero si quieres me las quito. 
- ¡No! No te las quites, mejor te las quito yo. 
- ¿Vas a quitarme las bragas otra vez? 
- No va a ser lo único que haga otra vez ahora. Pero no te las puedo quitar con las manos, las tengo ocupadas. Te las quitaré con la boca. ¿Quieres?

Y comenzamos a susurrarnos al oído las formas en las que nos quitábamos la ropa, en que nos hacíamos las mismas cosas que antes nos describíamos al teclado, con la increíble diferencia de que, ahora, lo hacíamos susurrando al oído. Describirle la manera en que debía pellizcarse los pezones, acariciarse el cuello o presionarse el clítoris era tremendamente excitante al teclado, pero escuchar su respiración mientras lo hacía me llevaba a niveles de temperatura que hicieron que no importaran las veces que ya había ocurrido todo eso horas antes y que mi cuerpo reaccionara como si fuera la primera vez por completo. 

Y lo más importante, las reacciones de aprobación, los gemidos y los suspiros, eran inmediatos a cada una de las cosas que los provocaba, y eso era una gran ventaja respecto al hecho de tener que ir hasta el teclado, pensar la palabra que quieres escribir y darle intro. O eso o no hacer saber al otro cuánto le había gustado ese nuevo paso narrado a medias. Como se suele decir, eso cortaba el rollo bastante.

Por supuesto, repetimos. Me llamaba en cuanto tenía un hueco para decirme alguna obscenidad que le había venido a la cabeza, o para pedirme que me conectara al IRC para hablar, e incluso a veces comenzábamos la sesión de cibersexo por escrito y cuando llegábamos a la parte de la historia más caliente cortábamos el chat y seguíamos por teléfono. Ya he dicho que su voz era una de las más sexys que he disfrutado en mi vida, y sus palabras eran las justas para acariciarme la piel por dentro y calentarla. Y para ella, según decía, la mía era tan sexy o más. Y aquí llegamos al recuerdo que ha generado la idea de este post. Durante el par de meses que quedaban de aquel verano ella mantuvo una relación especial con mi contestador. Me explico. 

Durante el día, cada vez que ella se sentía deseosa de caricias, cada vez que su cuerpo se encendía por el recuerdo de los momentos que habíamos compartido, o simplemente cada vez que se ponía cachonda, llamaba a mi teléfono únicamente a escuchar mi voz en el mensaje de mi contestador. La escuchaba una y otra vez, recordaba las cosas que con esa voz le había susurrado el día anterior, y todo ocurría. Cuando yo volvía a casa de trabajar, todos los días, todos, tenía un mensaje suyo en el que me describía cómo le excitaba mi voz, cómo recordaba todo lo que habíamos hablado el día anterior, y cómo se estaba masturbando, acariciándose, o cómo lo había hecho en algún otro lugar pensando en venir a contármelo. Por supuesto, esto me disparaba una erección durísima y en cuanto terminaba de escuchar sus mensajes le llamaba superexcitado, igual que estaba ella esperando a que le llamara, y volvíamos a follar, oreja junto a oreja, golpeando el aire a caderazos mientras sus gemidos resonaban en mi teléfono. Y no eran simples conversaciones calientes, era follar por teléfono, porque las llamadas ya se producían cuando estábamos supercalientes, tanto que a veces me corría de pie, con el teléfono apoyado en el hombro, con las dos manos en mi polla, mientras ella estaba boca abajo en su cama, sujetando su teléfono contra el hombro, con los muslos separados y sus dos manos en su coño, imaginando que las penetraciones de sus dedos eran las embestidas que yo simulaba sobre mi polla.

Sigo teniendo el mismo mensaje del contestador en el fijo, aunque ya nadie lo escuche. Pasado aquel verano ella volvió con su marido y yo volví a mi vida de soltero. He tenido más amantes telefónicas, incluso una de ellas descubrió ser multiorgásmica conmigo al teléfono, pero ninguna ha llegado a ser tan sexy ni hacerme humedecer solo con palabras. Hoy he recordado aquella época, al encontrar el archivo que he puesto en mi anterior post en la misma carpeta que las conversaciones que mantenía con ella, y me ha parecido una buena idea contártelo. Cuéntame tú lo que te parece esta historia, y si te gustaría saber más. Gracias por leerme.



   

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